Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 7 de abril de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 82, 1859-1863
Tema: Reforma de los artículos del Reglamento relativos a la fórmula del juramento

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Cada vez me alegro más, Sres. Diputados, de haber sido deferente con el Sr. Cánovas del Castillo, dejando que me precediera en el uso de la palabra para que contestara al Sr. Castelar inmediatamente después de las últimas frases con que acabó su rectificación. En aquel mismo momento pedí yo también la palabra, y si la hubiera usado entonces, quizás hubiera hallado en mis expresiones el Sr. Castelar una incomodidad y una molestia que yo no quiero nunca manifestar tratándose de S. S.

Se ha pasado ya la mala impresión que me habían producido sus palabras, y ahora ya puedo expresarme con la calma de que quizá no hubiera podido disponer en los momentos en que aquellas frases fueron dichas.

Bien considerado, no había necesidad de incomodarse; porque las palabras que el Sr. Castelar ha pronunciado, ni él mismo las cree si las medita con detención. ¡Vientecillo de Sagunto, Sr. Castelar! El vientecillo de Sagunto empezó a soplar mucho más fuertemente que en Sagunto, el día 2 de enero, y no pudo S. S. resistirle. También hicimos nosotros por resistirle, tampoco pudimos; y cuando ya sopló del lado de Sagunto, como S. S. dice, aquel Gobierno, que debía resistir, que cumplía con su deber resistiendo, no halló sitio donde volver la vista para la resistencia, ni encontró tierra en que poner el pie. Tal era el vientecillo de Sagunto, Sr. Castelar. ¿Y por qué no lo hemos de confesar? Aquel Gobierno quiso defenderse, era su deber; pero aquel Gobierno no pudo defenderse, porque a pesar de tener los generales más adictos al Gobierno en los puestos más importantes del ejército, no pudo contar con un solo batallón para contener el vientecillo de Sagunto; y no sólo no pudo contar con ningún batallón, sino que tampoco pudo contar con elemento material y moral de la menor importancia para resistir. El único ofrecimiento que al Gobierno se hizo en aquellos angustiosos momentos, fue el de elementos anárquicos y disolventes; ofrecimiento que no acepté, que no aceptaré jamás, porque no quiero ni querré nunca salvar a mi país con la deshonra y la perturbación social. (Bien, muy bien.)

Se ha hablado aquí de la soberanía nacional, y yo declaro, como declarará todo el que atentamente examine aquellos sucesos, y el Gobierno de entonces estaba en el caso de examinarlos atentamente, que no conozco en la historia, que no conozco en ningún país una manifestación más unánime y más general de la soberanía nacional. (Muy bien, muy bien.) A eso llama el Sr. Castelar vientecillo de Sagunto. De todas maneras, si ese vientecillo de Sagunto llega a hacer fructificar encinas seculares, siempre será preferible a esas tempestades y huracanes que todo lo arrollan y destrozan, sin dejar nada sobre el terreno que pueda fructificar.

No quiero decir nada de lo que después ha pasado, de la sanción que la soberanía nacional ha dado a lo que el vientecillo de Sagunto trajo; lo único que afirmo es, que la soberanía nacional se ha manifestado en todas las fases en que puede manifestarse la voluntad de una Nación; voluntad y soberanía coronadas por el éxito: primero, acabando la guerra civil; después, dándonos el orden y la prosperidad y la tranquilidad que España tiene, y estableciendo el sistema representativo como no se había conocido jamás, practicándose tan normal y tan lealmente como puede practicarse en el país más adelantado. Si esas no son sanciones de la soberanía nacional, no sé qué entenderá por sanciones de la soberanía nacional el Sr. Castelar, ni a qué llamará S. S. tempestades, comparadas con el vientecillo de Sagunto. (Muy bien, muy bien.)

Realmente, Sres. Diputados, tengo poco que decir en este debate, porque sobre la cuestión objeto del mismo he hablado en muy diferentes ocasiones en este y en el otro Cuerpo Colegislador, y temo molestar la atención de los Sres. Diputados repitiendo ideas que otras veces he creído conveniente exponer. Además de esto, los individuos de la Comisión han cumplido tan perfectamente su cometido, que en realidad hacen innecesaria la defensa del dictamen por parte del Gobierno; a lo cual se agrega que las palabras elocuentes pronunciadas esta tarde por el Sr. Cánovas economizan una gran parte de la tarea que yo me creía en el deber de desempeñar.

El significado, el sentido que esta tarde ha dado S. S. al juramento, es el sentido y el significado que le da el Gobierno. No estaba conforme el Gobierno con la extensión que al juramento dio ayer el Sr. Cánovas; pero está perfectamente de acuerdo con el sentido que le ha dado esta tarde. (El Sr. Cánovas del Castillo: Es el mismo.) Será el mismo; no regañemos por esto; que ya que S. S. viene como amigo, como amigo quiero recibirle. Podrá suceder que el Gobierno no entendiera ayer bien a S. S.; de todas maneras, hoy le ha entendido bien, y repito que el Gobierno acepta el sentido y la significación que ha dado al juramento el Sr. Cánovas esta tarde. Realmente ese es el mismo sentido que yo expuse, con menos lucidez que el Sr. Cánovas, una de las varias veces que en el Senado me ocupé de esta cuestión.

De todos modos, aceptado ese significado y ese espíritu de juramento, hemos adelantado mucho; porque si ayer no entendí mal al Sr. Labra, S. S. acepta la significación del juramento en el mismo sentido que lo ha explicado esta tarde el Sr. Cánovas; y si así es, no puedo menos de congratularme y debemos congratularnos todos por haber encontrado una fórmula que, aceptada hoy por la generalidad, será aceptada después por todos en el sentido de cumplir lo que la fórmula establece, sin necesidad de protestas de ningún género; y si logramos que esto suceda, habremos conseguido lo que todos deseamos, y muy principalmente lo que desea el Gobierno, y lo que a todos conviene, para evitar disturbios que si a todos perjudican en último resultado, más que a nadie y sobre todo perjudican a la libertad.

Y antes de explanar mis opiniones sobre este punto, que es el importante del debate, porque es el que realmente nos ha de dar un resultado verdaderamente beneficioso, he de decir algunas palabras para demostrar la injusticia con que se ha combatido al Gobierno, acusándole de inconsecuencia en esta cuestión; de que no tenía rumbo, ni pensamiento, ni ideas fijas, según dijo el Sr. Labra, porque para el Sr. Labra nadie tiene pensamientos, ni ideas, ni rumbos, como no tenga los rumbos, las ideas y los pensamientos de S. S.; y Dios me libre de seguir ciertos rumbos de S. S. [1859]

No acuso a nadie de inconsecuencia; pero declaro que en esta cuestión el Gobierno ha sido perfectamente consecuente desde que se inició hasta ahora que la cree resuelta. Desde el primer momento en que esta cuestión se inició, creyó lo mismo, y yo no admití ninguna de las fórmulas absolutas que se proponían, sino que sólo aceptaba una transacción en que entraran todos los partidos, por lo menos los que están dentro de la legalidad, porque no he considerado esta cuestión como una cuestión de partido, sino como una cuestión que tocando a altos intereses, relacionándose con las altas instituciones del Estado, debía ser resuelta por la concordia y la conciliación de todos los partidos.

Se me propusieron varias fórmulas extremas: yo no acepté ninguna, yo no quise dar calor a ninguna, no quise combatir ninguna, porque no había necesidad, y yo no quería herir el amor propio de sus autores y quería encontrar una solución que al fin y al cabo se ha encontrado.

Tal ha sido siempre el espíritu del Gobierno, tales han sido sus propósitos desde el momento en que se inició esta cuestión.

Y ahora voy a decirle a mi amigo particular y muy cariñoso el Sr. Castelar, que S. S. se ha olvidado completamente de los compromisos con que ha venido al poder nuestro partido.

Fuera de las ideas que S. S. ha expuesto sobre la fórmula del juramento, aparte de las brillantes formas con que ha sostenido su criterio en este asunto, y concretándonos al punto de vista del ministerialismo, declaro que no he conocido ningún discurso más ministerial que el que S. S. ha pronunciado esta tarde; porque S. S. dice: yo no combato al Gobierno más que en este punto concreto, porque en lo demás va cumpliendo sus compromisos.

Pues bien, Sr. Castelar; el Gobierno no ha faltado a compromiso alguno en la cuestión del juramento, porque ni el partido ni ninguno de sus individuos ha proclamado jamás como principio del partido la abolición del juramento, y yo desafío a S. S. y a todos los que me escuchan a que me prueben lo contrario.

Su señoría ha recordado unas palabras de una persona, siempre muy autorizada en la política, y naturalmente más autorizada en su partido; las palabras del Sr. Navarro Rodrigo. Pues aun esas mismas, no tiene S. S. más que leerlas o recordarlas, y verá S. S. cómo con ellas no se abogaba, como principio, por la abolición del juramento.

Lo que quería el Sr. Navarro Rodrigo, y hacía bien, porque lo deseaba todo el partido, era que la fórmula desapareciera mientras fuera incompatible con la Constitución del Estado, mientras viniera a negar uno de los principios de la Constitución del Estado, cuyos principios se consideraron como una de las mayores conquistas de los tiempos modernos. Pues eso mismo que pedía el Sr. Navarrro Rodrigo, que es lo que deseaba el partido constitucional, es precisamente lo que se realiza ahora con la fórmula de transacción.

De modo que el Sr. Castelar, que ha fundado el único ataque al Gobierno en la idea de que el Gobierno había faltado a su compromiso no aboliendo el juramento, en la idea también de que el partido constitucional traía al poder ese compromiso, se convencerá ahora de que destruida la base, desaparece su argumentación y queda para el Gobierno la deferencia con que S. S. le trata por haber cumplido hasta ahora o estar en vías de cumplir todos los compromisos que ha contraído en la oposición. Yo estoy muy agradecido a S. S., porque si alguien hubiera dudado de que el partido constitucional había traído al poder el compromiso de abolir el juramento, ahora se convencerá por mis declaraciones de que eso no es cierto, y que jamás, en ningún programa del partido constitucional se hizo constar ese compromiso; y aun las palabras elocuentes en que S. S. se ha apoyado, el Sr. Navarro y Rodrigo, no dicen eso, no van encaminadas a la abolición del juramento, sino a poner en armonía la fórmula con la Constitución del Estado, que es lo que ha deseado el partido constitucional y va a ver ahora realizado con satisfacción.

De manera que hasta en este punto el partido constitucional ha cumplido en el gobierno los compromisos que tenía contraídos desde la oposición.

Pues bien; para realizar estos compromisos, el Gobierno ha tenido la calma bastante para atender a todos los que presentaban soluciones contrarias más o menos extremas; pero no ha querido dar calor a ninguna, porque estaba persuadido, en vista de las muchas fórmulas que por distintos lados de la Cámara se presentaban, que sin el calor del Gobierno no había fórmula que prevaleciera; y como el Gobierno no quería más sino que prevaleciera una fórmula de transacción, resulta que ha llegado poco a poco a esta fórmula de transacción.

Pero decía el Sr. Moret, que a veces tiene una memoria muy desgraciada, decía el Sr. Moret: "esa fórmula de transacción ha sido encontrada por el partido conservador y propuesta por el Sr. Cánovas del Castillo al Gobierno, y el Gobierno la ha aceptado; de manera que es una fórmula del partido conservador. "

Todos podían creer eso, menos el Sr. Moret. Yo dije desde el principio que me contentaba como transacción, y que estaba dispuesto a aceptar esta fórmula que ahora discutimos; pero se creyó entonces que esa fórmula no servía para ciertos fines, y andando el tiempo, viendo que no había solución, se me propuso esta misma fórmula por los individuos más caracterizados de lo que se llama izquierda dinástica, y no tuve inconveniente en aceptarla tal como está ahora presentada.

Yo dije además: si esta fórmula que acepta y que propone una parte importante de la izquierda dinástica, consigo que la acepte el partido conservador, ya tenemos la fórmula de transacción. Desde entonces me dediqué, ayudado por algunos individuos de la izquierda, a que el partido conservador aceptara esta transacción; y aunque costó algún trabajo, al fin y al cabo el partido conservador la aceptó, no sin que al hacerlo algunos de sus individuos no la hayan combatido y se hayan en este punto separado de su partido; pero desde el momento en que el partido conservador la ha aceptado en unión de la izquierda dinástica, dije yo: mayoría, si las minorías de uno y otro lado aceptan esta fórmula, es la mejor de todas, porque no es cosa que aquí propongamos una fórmula por la fuerza de la mayoría y que no guste a las oposiciones, para que mañana cuando vengan al poder esa fórmula desaparezca y haya para cada partido una fórmula de juramento.

Pues si esto es así, ¿qué ha hecho el partido conservador ni el Sr. Cánovas del Castillo, más que aceptar esta fórmula como transacción? No ha hecho más de lo que ha hecho el partido gobernante, que es, no considerar esta cuestión como de partido, sino considerarla como una de esas cuestiones cuya solución debe ser [1860] sometida a todos los partidos que aspiren a la gobernación del Estado, y transigir con patriotismo, como es necesario, en esta y en otras cuestiones que se refieren a los altos intereses del Estado. No ha tenido, pues, razón el Sr. Moret al atribuir esta fórmula de juramento al Sr. Cánovas del Castillo ni al partido que tan dignamente dirige.

Ya le contestó ayer elocuentemente sobre este punto el Sr. Cánovas del Castillo; pero yo no puedo menos de decir algunas palabras para poner las cosas en su verdadero punto de vista.

Sufrió muchas dificultades, hubo que vencer obstáculos para llegar a esta transacción; pero se llegó, y todavía muchos individuos de la izquierda dinástica, muy importantes en ella, proponían otra fórmula que yo no tenía inconveniente en aceptar, que era la fórmula italiana. ¿Pero sabe S. S. de dónde provenían las dificultades y los obstáculos mayores para la fórmula italiana? Pues venían de los partidos avanzados de la Cámara, porque la creían (me voy a valer de esta expresión), porque la creían más realista que nuestra fórmula actual. Así es que cuando yo vi que había medios de que nos entendiéramos con el partido que se llama izquierda de la Cámara (le llamaremos la extrema derecha), dije: pues hemos tenido la suerte de encontrar una solución común para la fórmula del juramento. Desde aquel momento se propuso en el Senado; allí fue aceptada, y aquí ha venido por los trámites que todos los Sres. Diputados conocen.

Pero se dice que esa fórmula del juramento es atentatoria a la soberanía nacional, y que además rebaja la dignidad del Diputado, porque le obliga al perjurio y a la indignidad. Yo no he visto, Sres. Diputados, que en ninguna parte se lleven las cosas a la exageración que se llevan en este país. Ni sucede lo uno ni lo otro; ni es atentatoria a la soberanía nacional, ni obliga al perjurio o a la indignidad; y aquí tengo que rectificar al señor Castelar respecto de la estadística que nos ha presentado de las Naciones que juran y que no juran. Ha dicho que hay 21 Naciones en donde no se jura. Yo no las conozco, ni las conoce nadie; por tanto, es una estadística que han dado al Sr. Castelar para su uso particular.

De Naciones importantes de Europa, apenas hay tres que no tengan juramento; y en América juran. Pero a mí lo que me choca es, que el Sr. Castelar repugne tanto el juramento, cuando apenas hay República que no haga jurar y que no tenga fórmula de juramento más expresiva que la que nosotros proponemos. Y si eso ofendiera la dignidad, si eso obligara al perjurio, ¿cree el Sr. Castelar que los republicanos de otros países no saben apreciar su dignidad tanto como los republicanos españoles? Porque lo mismo en las Repúblicas que en las Monarquías se jura; y los republicanos, lo mismo que los monárquicos que juran, no creen lastimada y rebajada su dignidad, ni creen que se les obliga al perjurio por tener que jurar.

También padece otro error S. S. en la cuestión de fidelidad. No hay Nación, y si no, invito al Sr. Castelar a que me la cite, no hay Nación monárquica donde se jure al Rey, en que no se jure fidelidad al Rey. Yo invito al Sr. Castelar a que me cite una Nación en que suceda lo contrario; no hay más que dos Naciones en que no se jure al Rey y en las cuales sin embargo se jura por la Constitución.

Pero en las Naciones en que se jura al Rey, no hay ninguna en que no se empleen las palabras fidelidad al Rey legítimo, cualquiera que sea la significación que gramatical o históricamente tenga esa palabra.

Esta es una fórmula universal del juramento; en todos los países monárquicos se emplea la palabra de fidelidad al Rey, sin que haya una excepción de un país en que se jure al Rey en que no se emplee la palabra fidelidad al Rey. Y si esto sucede en todas partes, ¿por qué en España hemos de suprimir esas palabras?

Dado el sentido que esta tarde se ha atribuido al juramento, y que yo acepto, no hay en él ataque a la soberanía nacional, ni tampoco nada que obligue al perjurio a la indignidad.

¿Por qué? Porque no se trata de una profesión de fe; el juramento no es una profesión de fe por medio de la cual se abdiquen las ideas y los principios que hasta entonces se hayan profesado; realmente el juramento no obliga más que a no valerse sino de los medios de la legalidad vigente para perseguir uno de sus ideales. El juramento no obliga más que a hacer aquello a que obliga el honor, aquello a que obligan a todo hombre bien nacido la dignidad y la conciencia.

Y esto sentado, ¿qué inconveniente hay en que el juramento sea admitido con esta significación? Creo que ninguno; o yo he entendido mal al Sr. Labra, o el Sr. Labra acepta el juramento en este sentido; y aceptado en este sentido, ya no sucederá lo que el Sr. Labra temía que sucediera; ya no sucederá lo que temía el Sr. Castelar; ya no sucederá lo que temía el Sr. Moret; a saber: que después de prestar juramento en la Presidencia, vaya un Diputado a su asiento a protestar del mismo acto que acaba de realizar. Ya no hay necesidad de esto, y yo espero que no habrá ningún Sr. Diputado que lo haga, como no se hace impunemente en otras partes. Y en último resultado, si hay algún Diputado que después de todo esto quiera hacerlo, tanto peor para él; y si lo hace, será culpa de las Cortes, que no tengan ni el tino, ni la habilidad, ni la energía, ni el vigor que yo creo que pueden tener, como tienen las Cámaras de otros pueblos; porque si poseen esa energía, ese vigor, esa virilidad, no se harán esas protestas impunemente, y el Diputado o no se sentará en este sitio o no realizará ese acto.

Desde el momento que no significa una abdicación, sino un acto de respeto y sumisión a la legalidad, no hay razón de protestar, y las protestas no deben admitirse, y las protestas no deben atenderse: de la misma manera que las Cortes italianas y que los Gobiernos italianos no permiten esas protestas; de la misma manera que no se permiten en Inglaterra, y de la misma manera que no deben permitirlas las Cortes españolas. (Una voz en la minoría: Pues echarnos. -Rumores.) No se trata de echar a nadie; y como no se trata de echar a nadie, por eso sin duda se dice echarnos.

De lo que se trata es de demostrar que es compatible con la dignidad del Diputado la fórmula del juramento; que es compatible en España, como es compatible en todas partes, cualesquiera que sean las opiniones que se profesen y los ideales a que se aspire; lo que no puede permitirse aquí es lo que en ninguna parte se permite, a saber: que valiéndose de esta misma legalidad, en la cual se entra y cuya sombra se cobija el Diputado, se venga a herir por la espalda a esa legalidad, valiéndose de las mismas armas que dentro de la legalidad se obtienen.

Esto es lo que no se puede tolerar aquí ni en ninguna parte; sin perjuicio de que el republicano siga [1861] siendo republicano y trabaje por el triunfo de sus ideales, que yo espero que no realizarán tan pronto como cree el Sr. Castelar, y creo que para satisfacción suya no llegarán a realizarse en su vida, y si por acaso llegaran a realizarse, nadie lo habrá de sentir tanto como el Sr. Castelar. (Rumores. -El Sr. Presidente llama al orden.) Ya sabe el Sr. Castelar que en esto he sido profeta respecto a S. S. Recuerde que en este mismo banco, estando enfrente de mí, ponderaba S. S. mucho las excelencias de la República, y yo le decía: si esas cosas pudieran ensayarse, las ensayaría; pero la primera víctima de la República será S. S., y el primero que había de sentir que viniese la República sería S. S.; y así fue: la primera víctima de la República fue S. S., y hoy nos ha contado aquí aquellos días de angustia y de dolor a que S. S. le hizo pasar aquella República tan deseada. Pues ahora le digo a S. S. más: aquello no sería nada en comparación con lo que le habría de suceder ahora. (Aprobación.)

El Sr. Castelar, dando a gusto cierta significación al juramento, ha venido a indicar que el juramento no se abolía y que no se realizaban ciertas reformas por ciertos obstáculos. Pues, Sr. Castelar, no hay obstáculo ninguno que se oponga a ninguna reforma. Las reformas que acuerden las Cortes, esas reformas serán leyes. No hay obstáculo ninguno, en absoluto, para la reforma de la fórmula del juramento, y si hemos aceptado ésta que se está ahora discutiendo, es porque el Gobierno cree que es la que reúne mayor suma de voluntades; pero déme S. S. mayor o igual suma de voluntades para la abolición del juramento, y el juramento quedará abolido.

No hay para ello obstáculo alguno. Aquí no hay más obstáculo para la libertad que el abuso que de la libertad puedan hacer los que se llaman más liberales que nosotros; que el temor de que se pueda abusar de la libertad, como se abusó en ciertos tiempos, como se abusaría hoy si volvieran los tiempos que S. S. echa de menos; y de aquí la parsimonia con que el Gobierno quiere que se hagan las reformas, porque sólo de esa manera se pueden justificar y pueden tener duración y estabilidad, que es lo que desea el Gobierno, el cual no quiere sólo la libertad para hoy, sino para mañana y para siempre. Tenga, pues, entendido el señor Castelar que aquí no hay obstáculo ninguno para ninguna clase de reformas y de libertades.

Pero después de todo, parece ser que toda la dificultad para que se admita la fórmula del juramento por una parte de la Cámara consiste en una palabra, en un equívoco, según esos señores dicen, en la palabra legítimo.

Yo doy a la palabra legítimo el mismo sentido que le ha dado el Sr. Cánovas del Castillo; yo creo que legítimo aquí es lo mismo que constitucional, y en este sentido, yo no he manifestado nunca inconveniente en sustituir una palabra por otra; pero la verdad es que yo he realizado una transacción y no puedo hacer modificación ninguna sin que las partes que han transigido me lo permitan. ¿Es que cree el partido conservador, es que creen los de la izquierda que legítimo es lo mismo que constitucional y que no hay inconveniente en sustituir una palabra con otra? Pues yo que lo que quiero es una transacción; yo, que deseo llegar a una fórmula que reúna el mayor número de voluntades sin que se falte en nada a las altas instituciones del Estado, acepto la modificación, si la aceptan los que conmigo han transigido; pero desde el momento en que haya uno sólo que no la acepte, yo por lealtad, por consecuencia y por honor no la podré tampoco aceptar.

Me parece que no puedo ser más claro; y después de todo, una vez que legítimo significa lo mismo que constitucional para el partido conservador y para algunos otros señores, lo mismo da que se diga constitucional que legítimo, y no hay motivo para que por eso riñamos batalla. Además la fórmula ésta llama al Rey como lo llama la Constitución. La Constitución dice: "El Rey legítimo de España es D. Alfonso XII, " y la fórmula dice lo mismo; y por lo tanto, aunque dijéramos: "juramos al Rey constitucional de España, " juraríamos al Rey legítimo de España según la Constitución. Pero repito que yo acepto la palabra constitucional, si convienen en ello los que conmigo han transigido. (El Sr. Conde de Toreno: No.) Hemos acabado. Yo soy leal, y puesto que no están conformes con la modificación los que han transigido, sostengo la fórmula.

Y voy a decir más al Sr. Moret. Yo no sólo pasaría por que se dijera: " ¿Juráis al Rey legítimo de España? Etc., " sino que aceptaría esta otra fórmula: ¿Juráis al Rey de España? Etc., " porque siendo Rey de España, es legítimo, es constitucional; y de esta manera desaparecería hasta el argumento que hacía el Sr. Castelar de que al decir "legítimo, " parece que hay alguno ilegítimo, y como yo no admito Reyes ilegítimos, para mí el que hay es el sólo legítimo, de la misma manera que no puede haber más que Rey constitucional, porque el que no quiera ser Rey constitucional, no puede ser Rey, y acepto la fórmula porque en ella se jura al Rey constitucional, al Rey legítimo, al Rey con todos sus atributos.

Pero repito que para mí no es cuestión: yo en esto no tengo nada que hacer; no tengo, en cumplimiento de mi deber, más que defender la transacción. ¿Es que los que conmigo han transigido quieren la modificación? Pues yo la acepto. ¿Es que no la quieren? Pues sostengo la fórmula.

Y después de esto voy a concluir. Pudiera continuar haciendo algunas otras observaciones; pero voy a concluir, porque ese es el deseo de la Cámara, y además porque temo repetir mis argumentos si entro en el fondo del debate, y me he propuesto no entrar en él. Creo que el Sr. Moret y sus amigos aceptarán la fórmula con esta explicación, porque, como han oído, sin perjuicio de las explicaciones que ha dado el Sr. Cánovas, el partido que representa no acepta el cambio: si lo aceptara, yo también lo aceptaría con gusto; pero como no lo acepta y yo tengo adquirido un compromiso con ese partido, como lo tengo con todos lo que han aceptado la transacción, no puedo variarlo mientras ellos no me autoricen a variarlo.

Si esto satisface al Sr. Moret, yo me alegraré de que S. S. y sus amigos voten esta fórmula de transacción, y que los demás que no la puedan votar la acepten para el día de mañana, con la idea de que puedan aproximarse al Presidente con la frente muy levantada y manteniendo firmes sus propósitos y conservando sus ideales, presten acatamiento y homenaje a los altos Poderes del Estado, al fin y al cabo nacidos de la soberanía nacional y por ella conservados. Cuando se presta ese acatamiento y esa sumisión a los altos Poderes del Estado, no hay desdoro para nadie, y todo el mundo puede dar esa prueba de homenaje y de acatamiento con la frente levantada y manteniendo la inte- [1862] gritad de sus opiniones, de las que nadie pide que abdiquen. [1863]



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